Actualizado septiembre 19, 2019
La Cueva de Altamira es Patriminio Mundial de la Unesco, una cueva que conserva, como pocas, el arte paleolítico en pinturas y grabados. A continuación te presentamos Cueva de Altamira: información, historia y vídeo.
La cueva de Altamira (resumen)
Los grandes descubrimientos muchas veces surgen de pequeños y azarosos intentos. Seguramente, el hallazgo de la cueva de Altamira, el recinto de uno de los ciclos pictóricos y artísticos más importantes o la Capilla Sixtina de la pre-historia, no escapa a semejante descripción inicial. Esto generó un vuelco en el conocimiento del hombre de antaño: no era un simple salvaje, sino un ser con sensibilidad y sutileza estética. La cueva ha sido declarada Patrimonio Mundial de la Unesco y sus pinturas y grabados pertenecen, mayormente, al Magdaleniense y al Solutrense ( también hay del Gravetiense y comienzos del Auriñaciense, aunque en menor medida); es decir, simplificando, todos parte del Paleolítico Superior. Con esto se puede llegar a la conclusión que la cueva fue utilizada en diversos períodos, desde hace unos 35.600 años hasta hace 13.000 años (unos casi 22.000 años de ocupación), cortados en forma abrupta por lo que se supone que fue un derrumbamiento que selló a la puerta principal.
¿Pero cómo se conoció la cueva de Altamira? En verdad, la casualidad fue el germen de todo: se la descubrió en 1868 gracias a un tejero asturiano llamado Modesto Cubillas, quien intentaba liberar a su perro entre las grietas de unas rocas, ya que este había quedado atrapado en medio de una persecución de presas. La cueva, situada a dos kilómetros del municipio cántabro de Santillana del Mar, no generó el mayor interés en el poblado; para los vecinos era una más de un terreno lo bastante proclive a presentar grietas de toda clase.
De todos modos, Cubillas se lo comunicó a Marcelino Sanz de Sautuola, un rico propietario local, de una familia de noble abolengo y, las casualidades del existir, aficionado a la paleontología (Cubillas era aparcero de su finca, en verdad). Sin embargo, a este hombre, distinguido por su sabiduría en la zona, no le interesó el hallazgo mucho, ya que tardó unos ocho años, por lo menos, en ir a visitar la cueva. Se dice que la primera vez que fue Santuola, entre 1875 y 1876, como vislumbró unos signos abstractos sin importancia, dedujo que no eran obra humana y punto.
El primer encuentro, de todas maneras, está ligado a uno segundo, que tiene como protagonista azarosa, aunque vital, a la hija del mismo Santuola: María Sanz de Sautuola y Escalante, con tan solo ocho años. La intención del paleontólogo era excavar la entrada para dar con restos de huesos y sílex, por lo que cuenta la historia que se quedó en la boca de la cueva. Fue la niña, entonces, la que se adentró, llegó a una sala lateral y divisó unas pinturas en el techo. Se dice que la pequeña exclamó que había bueyes y que Santuola quedó sorprendido al contemplar ese conjunto de pinturas de extraños animales que cubrían gran parte de la bóveda. En breve tiempo escribió un breve opúsculo sobre la cueva de Altamira, defendiendo su origen prehistórico y hasta presentando reproducciones de lo encontrado.
Aquí, sin embargo, comenzó una larga historia de peleas y discusiones sobre la verdad del hallazgo. Hay que recordar que ésta era una plena época evolucionista, lo cual equivalía a entender al hombre pre-histórico como un salvaje, que sólo desarrollaría obras de espíritu progresivamente, con el paso del tiempo; ergo, era simplemente imposible que lo que presentaba Altamira fuera cierto (sin entrar en la cuestión religiosa del creacionismo, también en boga). Hasta algunos llegaron a afirmar que las pinturas fueron hechas por un pintor de la época y mediocre, alojado el la casa de Sautuola. Éste, por su parte, acercó sus conclusiones al catedrático de Paleontología de la Universidad de Madrid, Juan Vilanova, que hizo suyas las tesis. Finalmente, fueron rechazadas por los estudiosos más prestigiosos de la época: Cartailhac, Mortillet y Harlé.
Ni el empeño de Sautuola por demostrar la autenticidad ni la ardiente defensa de Vilanova en el Congreso Internacional de Antropología y Arqueología, celebrado en Lisboa en 1880, pudieron invertir el efecto desfavorable a nivel internacional y en la misma España. Sautuola murió en 1888 y Vilanova en 1893, lo cual hizo pensar que Altamira sería un ejemplo histórico de un fraude. Sin embargo, más allá del hecho de que fenezcan sus descubridores y apologistas, la fuerza de la ciencia terminó dándoles la razón: a finales del siglo XIX, principalmente en Francia, se descubrieron pinturas rupestres asociadas a los hallazgos realizados en niveles arqueológicos paleolíticos en Altamira, en unión con restos de animales extinguidos en la península, como el mamut, el bisonte o el reno. Émile Cartailhac, anteriormente nombrado y uno de los más furibundos críticos de Altamira, tuvo que retractarse tras el descubrimiento de pinturas y grabados a partir de 1895, en las cuevas francesas de La Mouthe, Combarelles y Font-de-Gaume. De hecho, como dato curioso, no solo reconsideró su postura, sino que tras visitar la cueva cántabra desarrolló en una revista de antropología un artículo intitulado «La cueva de Altamira: mea culpa de un escéptico». Este artículo creó el fundamento del reconocimiento universal de Altamira y sus pinturas como hallazgo de naturaleza paleolítica.
Pinturas de la cueva de Altamira
La mayoría de las obras de la cueva de Altamira se enmarcan en lo que se cataloga como escuela franco-cantábrica, caracterizadas por cierto realismo de las figuras que representa, ya que contiene pinturas polícromas, grabados, pinturas negras, rojas y ocres que representan animales, figuras antropomórficas y dibujos abstractos. Hechos a mano o por algún utensilio por autores anónimos, en su mayoría encontramos bisontes (seguramente un animal muy caro para el hombre de aquellos tiempos), aunque también caballos, ciervos, jabalís, mamuts y renos, es decir, animales de ambientes fríos. De hecho, en una de las imágenes más famosas del bisonte se utilizó el abultamiento de la roca para generar una suerte de relieve. Como mera hipótesis, se cree que las pinturas más antiguas son las rojas, luego las negras y por último la polícromas rodeadas de negras nuevamente. Ha sorprendido históricamente no solo el detalle de las elaboraciones, sino también las perspectivas y el juego con las sombras. Asimismo, se vislumbran diversas formas geométricas como rectángulos, conos y escaleras, abundantes en las galerías centrales y en la parte de la cueva conocida como «Cola de caballo».
¿Los motivos, la funcionalidad o razones para semejantes obras de arte, valga el anacronismo? En verdad, hay un componente de la pre-historia que todos los especialistas conocen y que puede desesperar o aburrir al simple espectador: las hipótesis tentativas. Pues claro, como lo único que queda es material, orgánico o inorgánico, pero no una psiquis de un hombre del paleolítico superior, no se puede más que decir un tal vez. Si bien muchos símbolos pueden ser asociados con el principio femenino y el masculino (incluso anexarlos a determinados animales), no podemos concluir de manera certera que los grabados y pinturas tuvieron motivaciones religiosas, de representación de una batalla clánica, ceremonias de fertilidad o de caza (por ejemplo, se pintarían animales para propiciar su posterior abundancia y caza) o el simple arte por el arte. No, en verdad no se puede saber ello si optamos por un camino científico.
Cómo visitar la cueva y el museo de Altamira
La cueva de Altamira es relativamente pequeña, debido a que solo tiene 270 metros de longitud. Presenta una estructura sencilla con una galería con exiguas ramificaciones, y culmina en una larga galería estrecha. La temperatura y la humedad del aire se mantiene más o menos constante en todo el año, oscilando entre 13 y 14 grados, además de 97 a 94 en cuanto al porcentaje de humedad. Asimismo, hay que decir que con el estudio de las rocas y las estructuras, se han señalado por lo menos en la historia de la cueva cinco derrumbes sustantivos. Esto trae, a modo correlativo, diferentes cambios de las zonas, siendo en la actualidad las más importantes el vestíbulo y la sala de los polícromos (la primera, cerca de la entrada, donde sus habitantes pasaban el mayor tiempo ya que llegaba la luz del sol y realizaban sus menesteres cotidianos: cocinar, fabricar armas y utensilios diarios; la segunda, en donde solo se puede entrar con luz artificial y donde eclosionan las pinturas de animales).
¿Y cómo se la puede visitar en la actualidad? En verdad, eso ha ido cambiando con el tiempo: al principio de la década de los 70, la cueva era visitada por miles de personas, lo cual alteraba peligrosamente el ambiente. De hecho, un fotógrafo observó en 1977 que los pigmentos se deterioraban. Esto tuvo consecuencias: el lugar se mantuvo cerrado hasta 1982, se abrió en un período con restricciones en cantidad de visitantes y, finalmente, a partir del 2002, se creó una réplica exacta, denominada Neocueva, en la que se esgrimieron los mismos elementos para pintar que los antiguos habitantes. En la actualidad, por semejante creación, el número de personas que la recorren es de 250.000 al año.
¿Y la verdadera? ¿No se puede ingresar nunca más ? No, sí se puede. Desde el 10 de abril del 2015 pueden entrar cinco personas, una vez a la semana, mediante sorteo y durante 37 minutos, acompañados siempre por dos guías. Todo con ánimos de conservar el arte rupestre.
En cuanto al museo, es un centro para la conservación, difusión e investigación de la Cueva de Altamira, en Santillana del Mar, Cantabria. El visitante podrá observar objetos mobiliarios del yacimiento (y de otras cuevas), además de acceder a la Neocueva, que se halla aquí.